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EL SABOR DE LA NOCHE (My Blueberry Nights)



Victor Hugo Juarez
guatemalanoticias@gmail.com


SINOPSIS
Una joven (Norah Jones) se embarca en un inolvidable viaje cruzando América en busca del amor verdadero. En el camino la joven se encuentra con una serie de enigmáticos personajes que le ayudan en su busqueda.

La historia está enmarcada entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66.

El talento único de Wong Kar Wai con sus estilizadas atmósferas y sus temas de ensoñación romántica combinado con estas míticas localizaciones americanas y un casting de primera línea garantizan que EL SABOR DE LA NOCHE será la experiencia cinematográfica de la temporada.
SOBRE LA PRODUCCION
Para poder dejar el penoso recuerdo del fin de una relación amorosa, Elizabeth (Norah Jones) inicia un viaje por EE.UU, luego de conocer al dueño de un bar, Jeremy (Jude Law) en Nueva York y en su camino se irá encontrando con varias personas, Sue Lynne (Rachel Weisz), Arnie (David Strathairn) y una apostadora, Leslie (Natalie Portman), que a veces la harán sentirse identificada y tanto la historia como el dolor ajeno, será determinante para que ella misma cierre heridas y desde su dolor los ayude a procesar muertes o reconocer los verdaderas emociones que los personajes sienten.
Para el director “ A veces la distancia tangible entre dos personas puede ser pequeña pero la emocional puede ser enorme. EL SABOR DE LA NOCHE es una mirada a esas distancias desde diferentes ángulos. Yo quería explorar esas extensiones, tanto figurativa como literalmente y las formas para acortar la distancia entre ellas.”

Con respecto a esta cita, vale destacar que a la inversa de aquella distancia emocional enorme en una distancia espacial pequeña, en el momento en que la protagonista y Leslie, luego de recorrer una pequeña aventura juntas apenas un par de fugitivos días -haber viajado juntas en un auto a Las Vegas, haber compartido una cama para dormir, más un hecho personal que las acerca - se apean en la ruta, cada una en un automóvil distinto, y se separan quizás para siempre; dos almas que compartieron intensamente una página de vida, pero esa misma vida las separa a pesar de un hondo sentimiento. Lo mismo sucede en la escena en que Jeremy y su ex novia – Katja - se reencuentran. Saben que es un perecedero instante para verse de nuevo, y que el tiempo no puede recuperarse, que no se puede volver atrás.


Katja dice” vine para recordar lo que sentía”. Momento fugaz, tanto el reencuentro como lo vivido, presente en el recuerdo del pasado. Asimismo huidizo, por el hecho de llegar a mirar lo que quedó atrás como efímero, como aquella imagen de las dos amigas que muestra el camino que se bifurca en dos destinos y cómo se miran a medida que se dejan, que se alejan, que se pierden en el horizonte, hasta extraviarse, hasta descarrilarse.


Los carriles, comunes al cine de W.K.Wai toman por asalto las imágenes y el relato. Los trenes, los tranvías, los caminos y las rutas. Elemento conector que une las historias de vida, que manifiesta la brevedad de momentos, la caducidad de lo pasajero y de lo transitorio y que, a su vez, une distancias de espacios, de tiempo, y de tiempos. Por eso, el Tiempo y el Espacio como cruce de variables se manifiesta en relojes, placas informativas en la imagen o relato por voz over de los personajes que van narrando el paso del tiempo Y especialmente en las noches, que, al llegar el día, se escapan; son en el film los trenes, que, en la ciudad y con la aceleración de imágenes, narran el paso de la noche, mientras Jeremy cena o limpia su café. La constante temática del realizador es la posibilidad y la concreción del amor, ver hasta dónde puede llegar el dolor, así como también le interesa investigar la separación de una pareja.


El duelo implica su inserción en el tiempo, el cual sana el dolor dejándolo pasar, escurriéndolo y menguándolo para, por último, olvidarlo. O lo contrario: lo coagula, lo escarcha y así solidificado no deja que se hunda, que no se venza, y entumecido, sigue doliendo.


El enfrentamiento que Elizabeth tiene con su recuerdo pertenecería al primero. El de Arnie, al segundo. Entre los rasgos que Wong Kar Wai opera en sus films, se encuentran los objetos que se manifiestan como latencia de ese dolor antes mencionado. En el caso de la joven, el encuentro azaroso con otro joven (Jeremy) la hace tropezar con una gran cantidad de llaves, que este guarda en un frasco sobre la barra de su bar. Los llaveros, pertenecientes a hogares de parejas sin posibilidad de reconciliación, guardan aquellos sentimientos pasados, congelan el tiempo, y a su vez enlazan todas esas historias de amor aglutinadas y detenidas sin posibilidad de escapatoria en ese frasco transparente. Una contracara simbólica para contrarrestar a los sentimientos que si se escapan y el devenir del tiempo que también pasa.


Entre pasteles de zarzamora y diálogos, Elizabeth mira por el video de la cámara del bar las grabaciones (las que también guarda Jeremy) de los encuentros de su ex con otra chica y el llanto derrama la herida que quiere sacar. Su ayudante en la causa es Jeremy, quien una noche la besa luego de quedarse dormida, para sacarle la crema que quedó en sus labios después de comer su pastel rojo.


Un flash back escoltado por el sonido de un tren, nos muestra el momento en que Elizabeth descubre a su novio con otra en su departamento, el viento en rallenti, mueve su falda y sin otro sonido que su voz over, estanca y dilata esa noche, ese recuerdo, ese llanto.


Así como las sombras de los trenes acechan a los personajes, los recuerdos los acosan. Norah Jones dice:”algunas veces nos espejamos” y así mira mirarse en otro. Los espejos son puestos en el relato cinematográfico mientras suceden las acciones. Y mirarse en los otros es lo que hace después durante su viaje.


La marca temporal día 57 a 1.200 millas de Nueva York, nos instala en la distancia de tiempo y lugar del proceso de su duelo. Pero se encuentra con Arnie, un policía, abandonado por su mujer, que para soportar la soledad y la memoria de Sue Lyenn, se emborracha todas las noches en un bar de Menphis en el que trabaja Elizabeth como mesera.


El elemento que manifiesta el dolor en Arnie, son unas fichas de juego, las cuales acumula cada vez más como expresión de no poder dejar el alcohol. Ella se ve en parte reflejada en la misma situación, lo comprende y también lo ayuda escuchándolo.

La distancia de la que habla el realizador, en cuanto al acercamiento corporal pero no sentimental, es puesto en escena cuando su ex mujer entra al bar y los personajes se encuentran a una distancia mínima. Arnie se acerca, loco de amor, y ella lo rechaza.

Cuando Arnie ya no tiene esperanzas de recuperar a su ex mujer, borracho, se olvida las fichas y las deja porque ya no las necesita. La muerte en este caso, es un elemento que podría significar un corte más, el concepto de “que” cosas se van muriendo en Elizabeth para dar paso a nuevas experiencias de vida. A su vez la muerte conmueve a su ex mujer, la cual lamenta no haber podido tener una mejor relación con Arnie y reconoce-tarde- un cariño todavía latente en ella. Luego de conocer a la apostadora y vivir aquel suceso, la protagonista, decide volver a Nueva York, y con el objetivo cumplido, automóvil propio y duelo saldado, mira nuevamente su antiguo departamento del que cuelga un cartel que dice: “For rent” y está vez vuelve a ver sin dolor aquel primer piso.


Cuando vuelve a ver a Jeremy éste ya no conserva las llaves y reiteran la ceremonia de las tortas, aparece la misma canción de principio de los créditos, la cual ahora cierra la historia y donde ahora sí vemos un nuevo beso que se repite y ella, ahora despierta, le corresponde, dando comienzo a una nueva historia de amor.
Luego de un viaje de exploración interior, un rasgo puntual es el mirar de los personajes. Elizabeth se mira a sí misma en sus sentimientos, los acepta, los atraviesa, los rastrea, así como ayuda al personaje de Portman a sincerarse con ella en cuanto a sus sentimientos para con su padre. Leslie mira a Elizabeth, antes de emprender el camino cada una por su lado. La apostadora mira a la mesera, la cámara frena los movimientos, la jugadora embustera y experta en estudiar a la gente con dobleces, se queda atrapada y al descubierto mirando admirada a otro ser -Elizabeth-tan distinto a ella. Un ser sin trampas, sin máscaras, auténtico. Que a la vez ayudó a que pudiera enfrentarse con la muerte de su padre, a quien la jugadora no quiso ver antes de morir y con quien negaba tener un sentimiento.


En una época en que cada vez nos miramos menos, porque todo corre cada vez más rápido, todo se pierde, todo se escapa, se escurre, todo es fugaz, nada mantiene su pureza, el film nos propone detenernos mirar, a mirarnos, antes de despedirnos, y a ser sinceros con nosotros mismos, ver desde la distancia pero también más cerca, más detenidamente


El sabor de la noche llega con mucha publicidad y expectativa a las carteleras, no solo porque se trata de la última producción del destacado director Wong Kar Wai, sino también por tratarse de su primer incursión cinematográfica en Estados Unidos, ayudado en esta iniciática empresa por actores de la talla de Natalie Portman y Jude Law


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